DESTACADO!!!

lunes, abril 6

6to C y D. Luciana/Guillermo Lectura y actividades ESI "Kilometros de amor" Liliana Cinetto


Hola chicos y chicas!
Les enviamos una propuesta para seguir trabajando en el área de Educación Sexual Integral. En la escuela ya comenzamos con la lectura de esta historia… les proponemos que vuelvan a comenzar y que finalicen su lectura. Lo pueden hacer en un día o dividirlo en partes y leer de a poco.
Además, la lectura puede ser en familia, individual, que alguien les lea una parte, leerles ustedes al resto… elijan la modalidad que más les guste y disfruten del momento de la historia.
Abajo van a encontrar algunas preguntas para reflexionar.
Esperamos encontrarnos pronto en la escuela… los y las extrañamos!!
Luciana y Guillermo.


KILÓMETROS DE AMOR
En el preciso instante en que Francisco vio por primera vez a Marina Montero, los ojos se le salieron de las órbitas, el corazón le empezó a latir a la velocidad de la luz y la mandíbula inferior se le separó unos diez centímetros de la superior. Pablo, su amigo, fue testigo y diagnosticó que Francisco había sufrido un ataque súbito de enamoramiento incondicional y fulminante agravado por un cuadro de babeo intermitente. Si Pablo, que estaba con él, no lo hubiera zamarreado, Francisco no habría reaccionado nunca ni habría podido volver a juntar la mandíbula inferior con la superior, lo cual hubiera sido bastante incómodo. Y eso que Marina pasó delante de él sin dirigirle ni siquiera una mirada, aunque más no fuera de reojo. Pero eso no le importó a Francisco, que, después de varios suspiros recobró el habla y pudo balbucear solamente dos palabras:
-Estoy enamorado.
Fue suficiente para que Pablo confirmara su diagnóstico. Lo increíble era que “eso” le hubiera ocurrido justamente a Francisco, que era el más medido de todos sus amigos. Nunca gritaba los goles cuando iban a la cancha. Jamás decía una mala palabra. No se desesperaba cuando algún profesor llegaba de improviso con esa expresión maléfica e inconfundible y decía la temida frase: “Saquen una hoja”. Era el único que tenía las carpetas prolijas, con las hojas ordenadas y numeradas, y siempre estaba vestido impecablemente, como si acabara de salir de la tintorería. Nadie podía imaginar que ese ser perfecto e inconmovible pudiera perder la razón y convertirse en un fantasma que deambulaba por los corredores de la escuela buscando a Marina sólo para verla pasar. Porque Marina sólo pasaba delante de él y lo ignoraba completamente.
A todos les llamó un poco la atención el cambio brusco en la personalidad de Francisco, que empezó a ofrecerse para ir a buscar tizas, borradores, mapas de Asia con división política, globos terráqueos, vasos de agua, aspirinas, trapos de piso, láminas del aparato digestivo de las tortugas, pelotas de fútbol, colchonetas, instrumentos musicales, reglas, transportadores, compases y cualquier otra cosa que necesitaran los profesores y que le diera la posibilidad de salir de clase para acercarse como una sombra hasta el aula de Marina y espiarla por la cerradura. Lo único que consiguió con ese peregrinaje fue averiguar el nombre y apellido de su amada, después de sobornar a uno de los compañeros, el gordo Antúnez, con tres sándwiches de milanesa.
Quizás fue a causa de ese vagabundeo incesante que Francisco, indiscutido mejor alumno de tercer año y candidato firme a abanderado, se olvidó de la conjugación de los verbos irregulares y de la clasificación de los vertebrados, empezó a confundir las campañas de Napoleón con las de Julio César, cambió de lugar los ríos de Europa y se enredó entre los cálculos, pues no podía recordar ni siquiera la tabla del dos. El día en que le preguntó a Pablo por la hipotenusa de los círculos, su amigo comprendió la gravedad de su estado.
-No es posible que sigas así- le dijo Pablo, poniéndole una mano en el hombro.
-Estoy enamorado- le respondió Francisco con una voz deshilachada, capaz de conmover a un tiranosaurio rex-. Necesito tu ayuda.
Era indudable que necesitaba ayuda. No hacía falta que lo dijera. Bastaba mirarlo para darse cuenta: despeinado, ojeroso, demacrado, con la corbata torcida, la camisa arrugada y un zapato de cada color.
Fue entonces cuando Pablo comenzó a elaborar un plan de acción para que su pobre amigo pasara de la categoría de piltrafa a la de pretendiente respetable. Basándose en sus profundos conocimientos sobre el tema y en su experiencia de cuatro novias y dos romances frustrados, Pablo le recomendó, en primer lugar, que dejara de errar como un alma en pena por toda la escuela acarreando material didáctico y, en segundo lugar, que renunciara definitivamente a espiar a Marina por la cerradura.
-Tenemos que conseguir que Marina te mire- le dijo Pablo con la misma seriedad con la que Einstein debe haber explicado su teoría de la relatividad.
-Sí- aceptó Francisco entusiasmado-. Pero ¿cómo?
-En el próximo recreo- prosiguió Pablo, mientras dibujaba un plano para hacer más gráfica la explicación-, vamos a ir directamente hacia ella. Tenemos que interceptarla en el pasillo sur, a la altura de la escalera. Allí hay poco espacio y confluyen los alumnos del primer piso con los de la planta baja. Manteniendo el curso, es inevitable que quedes frente a ella y que tengas oportunidad de decirle algo.
El plan era simple: cruzarse con Marina para que Francisco le hablara. Pero Francisco quedó impresionado por la estrategia y por el vocabulario específico, y sentía que el plan de Pablo estaba a la altura de la campaña de San Martín para cruzar la Cordillera de los Andes y libertar a Chile y a Perú.
Francisco pasó toda la hora contando los segundos que faltaban para que sonara el timbre. El recreo llegó por fin y Francisco empujó a Pablo hasta el pasillo sur, donde esperaron hasta que, en el otro extremo, se asomó Marina que venía charlando con dos compañeras.
-Ahora- le indicó Pablo a Francisco calculando el momento exacto para que el encuentro se produjera en la parte de mayor tránsito del pasillo, de manera que el tumulto le diera la posibilidad de estar frente a ella el tiempo suficiente como para que ocurriera el milagro.
Avanzaban con cierta dificultad, porque, tal como lo había pronosticado Pablo, había muchos alumnos empeñados en desplazarse en ambas direcciones. Cada vez estaban más cerca. Casi se podían oír los latidos del corazón de Francisco cuando ya sólo los separaban del objetivo tres, dos, un alumno… Blanco perfecto. Francisco y Marina estaban frente a frente, aunque ella, que seguía conversando con sus compañeras, no le dirigió ni una mirada de lástima. Durante unos segundos, que a Pablo le parecieron interminables, estuvieron ahí apretujados, sin que Francisco hiciera el menor movimiento para llamar la atención de Marina.
Cuando Pablo vio que la mandíbula inferior de Francisco comenzaba a desprendérsele peligrosamente de la superior, decidió intervenir y lo empujó contra ella. El golpe trajo a Francisco de nuevo a la realidad y logró el efecto deseado. Marina lo miró. No fue una mirada inolvidable ni llena de pasión. Pero una mirada es una mirada y antes de que murieran aplastados, Pablo le dio un codazo a Francisco para que le dijera algo.
-Perdón. Ho.. ho… la… Soy Fran… Fran… cis… co.
El discurso de Francisco no fue como los de Demóstenes, ese griego tartamudo que se ponía piedras en la boca para superar su defecto y que llegó a ser el mejor orador de Atenas. Pero fue suficiente para que Marina le respondiera: “No es nada, Francisco” y continuara su camino dando por concluido el encuentro y la conversación.
Francisco estaba pálido y temblaba como una hoja. Pablo tuvo que arrastrarlo hasta el baño y mojarle la cara con agua fría para deshacer el hechizo.
-Me miró- balbuceaba el pobre-. Y me habló. Pronunció mi nombre.
Y fue lo último que dijo, porque entró en un estado de letargo por el resto de la mañana.
A las once de la noche, Pablo estaba profundamente dormido soñando que lo convocaban para jugar en la selección de fútbol cuando sonó el teléfono. Fue a atender como un sonámbulo.
-Pablo- dijo Francisco-, ¿mañana vamos a hacer lo mismo?
Pablo no podía terminar de despabilarse y, mientras bostezaba una y otra vez, trataba de que su cerebro se despertara para entender lo que Francisco decía.
-¿Qué cosa?
-Interceptar a Marina en el corredor para que pueda mirarme- le explicaba Francisco con un entusiasmo admirable, considerando la hora en que se desarrollaba esa conversación telefónica-. Como ya sabe mi nombre, porque dijo mi nombre, ahora puedo decirle algo más. Por ejemplo: “¿Cómo te va?” o a lo mejor “¿Qué tal?” o quizás…
Pablo decidió interrumpir el delirio verborrágico de Francisco antes de que amaneciera y, para serenarlo y poder regresar a la cama y a sus sueños de fútbol, le dijo con el tono de un experto en la materia:
-No, no vamos a hacer lo mismo. Con las mujeres hay que ser creativo, porque sino, se aburren enseguida. Lo más importante es el factor sorpresa y, fundamentalmente, la exageración. Eso. La exageración. Tenés que demostrarle que tu amor es lo más grande del mundo, que son toneladas, hectolitros, kilómetros de amor. ¿Entendiste?
Entendió. Fue Pablo el que nunca terminó de entender cómo unas palabras dichas a las once de la noche habían podido desatar una reacción en cadena peor de la que hace explotar a una bomba atómica. Porque algo parecido a eso fue lo que le pasó a Francisco, a quien encontró a la mañana siguiente entre una multitud de alumnos que se agolpaban en la puerta de la escuela, observando un pasacalle GIGANTE. Sí, gigante. Porque no era un pasacalles humilde de esos que van de una vereda a la otra. Este se extendía de esquina a esquina y en él se podía leer un “MARINA, TE AMO” enorme, grandioso, descomunal, ciclópeo.
-¿Qué te parece?- le preguntó Francisco sonriendo.
-¿De dónde sacaste eso?- le preguntó Pablo señalando el Coloso de Rodas de los pasacalles.
-Lo hice yo- le respondió Francisco orgulloso-. No dormí en toda la noche preparándolo. Cosí como veinte sábanas y gasté doce litros de pintura. No digas que no tomé al pie de la letra tus indicaciones. Si con esto Marina no se da cuenta de que mi amor por ella es lo más grande del mundo…
Desdichadamente para Francisco y para Pablo, Marina no se dio cuenta. Porque el lamentable estado de perturbación emocional en el que se encontraba Francisco no le permitió evaluar las fallas de su mensaje. En primer lugar, no estaba firmado. En segundo lugar, en el colegio había varias Marinas. De manera que ese día, Marina Martínez de 1°B, Marina Aráoz de 1°C, Marina Villar de 2°A, Marina López de 3°B, Marina Sánchez de 4°C, Marina Bermúdez de 5°A y hasta la profesora de Música, Marina Sosa, se disputaron a capa y espada la existencia de un enamorado capaz de tamaña demostración de amor. Pero Marina Montero, de 2°B, no se dio por aludida. Ni siquiera salió a los recreos. De manera que el pobre Francisco, quien, a pesar de las recomendaciones, los ruegos, las súplicas y las amenazas de Pablo, la esperó en el pasillo sur y sobrevivió misteriosamente a las avalanchas de alumnos, no pudo verla ni una sola vez.
Esto le produjo una seria depresión, de la que salía en forma intermitente para dibujar corazones en la página 67 del libro de Biología.
-¿Qué voy a hacer ahora?- sollozaba cuando se le terminaron los espacios libres de la página 67 y tuvo que dibujar corazones en la página 68.
Estaba tan angustiado que Pablo temió que recayera en el acarreo de material didáctico o en el espionaje de cerraduras, por lo que optó por la única solución que se le ocurrió para que su amigo no perdiera la poca dignidad que le quedaba: lo ilusionó.
-Seguramente quedó apabullada por la magnitud de tu amor- dijo Pablo sin medir las consecuencias de sus palabras.
Francisco revivió.
-¿Te parece?- preguntó con los ojos inundados de esperanza-. Entonces, ¿no está todo perdido?
Pablo suspiró. No iba a ser fácil su vida de ahí en adelante.
-No- respondió. No está todo perdido. Pero te lo advierto. De aquí en más, nada de locuras. Hay que actuar cerebralmente. ¿Está claro?
Francisco lo abrazó y prometió obedecerlo en todo.
Durante varios días, el amor de Francisco pareció apaciguarse y no se presentó ninguna manifestación evidente de su sentimiento, aunque ya había llegado a la página 98 del libro de Biología, dibujando corazones entre las ilustraciones de la germinación del poroto, la vejiga natatoria de los peces, las cadenas alimentarias y los ecosistemas en peligro. Por un momento, Pablo creyó ingenuamente que esta leve mejoría era un signo inequívoco de que se le estaban regenerando las neuronas incineradas por el exceso de pasión. Pero no fue así. Y lo comprobó cuando Francisco llegó una mañana eufórico con un papel en la mano.
-Es mi oportunidad- gritaba. El baile. Va a ir al baile. Ella y yo. Es perfecto.
A Pablo le costó mucho hilvanar las oraciones de Francisco, pero al leer el papel todo se aclaró. Los alumnos de quinto año organizaban un baile para recaudar fondos para el viaje de egresados, y Francisco, gracias a un soborno de una docena de medialunas, había obtenido del gordo Antúnez la información: Marina iba a asistir con sus amigas.
-Tengo que aprender a bailar- decía Francisco acariciando las dos entradas que, por supuesto, ya había comprado para Pablo y para él.
No fue fácil enseñarle a bailar, porque Francisco tenía la gracia de un palo de escoba, y por más que ensayaban horas y horas, sus movimientos se parecían más a los de una danza zulú que a los de un baile moderno. Pero tampoco era cuestión de pretender convertirlo en Julio Bocca, así que el sábado del baile, a la tarde, Pablo le dijo resignado que lo hacía muy bien y le dio las últimas recomendaciones.
-No te vistas demasiado formal. Nada de traje y corbata. Es muy antiguo. Algo más llamativo, más moderno. ¿Entendiste?
-Sí- respondió él con un brillo indefinido en la mirada-. Te dije que te iba a obedecer en todo.
A las diez de la noche, Pablo lo aguardaba impaciente en la puerta del salón en el que se realizaba el baile. Todos los alumnos de la escuela habían asistido, pero de Francisco, ni noticias. A las diez y veinte, Pablo decidió entrar pensando que quizá había llegado antes y su ansiedad le había impedido esperarlo. No estaba. Pablo lo buscó por todos lados y vio a Marina con sus amigas conversando en un rincón.
A las once menos diez, pensó que su amigo se había arrepentido. En ese momento, un murmullo general recorrió el salón y todas las miradas se dirigieron a la puerta.
Allí estaba Francisco, o lo que alguna vez había sido Francisco, con un jean andrajoso, botas de cuero con tachuelas, una musculosa de colores flúo, una campera de cuero, anteojos negros y los pelos todos parados con toneladas de gel, en los que se destacaba un mechón anaranjado que caía sobre su frente. Un mamarracho, bah.
Cuando vio a Pablo, se le acercó caminando como un vaquero del Lejano Oeste al que le habían robado el caballo. Pablo deseó con todo su corazón que la tierra se abriera a sus pies y se lo tragara, pero no tuvo suerte. Francisco lo saludó con un aire triunfal:
-¿Qué tal estoy?
-Te dije que te pusieras algo llamativo y moderno, pero esto es…
Francisco no lo escuchaba, porque en ese momento vio a Marina y fue hacia ella como un kamikaze.
-¿Bailamos?- le preguntó.
Marina lo miraba como si fuera un personaje escapado de una película de terror. Todos los que estaban en el salón observaban la escena. La música había cesado y reinaba un silencio capaz de destruirle los nervios a Terminator.
-¿Bailamos?- repitió Francisco, ajeno a lo que pasaba a su alrededor.
-¡¡¡NOOOOOOO!!!- gritó Marina con los ojos llenos de lágrimas y corriendo a esconderse al baño seguida por sus amigas.
Francisco se fue desintegrando de a poco. Primero se le cayó la sonrisa, después, los brazos y, por último, el mechón anaranjado. Entonces dio media vuelta y reptó hasta la salida, como un gusano aplastado por un camión.
-Francisco- lo llamó Pablo antes de que se perdiera en las sombras de la noche más oscura de su vida. Pero no respondió.
El lunes siguiente Pablo llegó temprano al colegio. Había intentado comunicarse con Francisco todo el domingo, pero nadie había atendido el teléfono. Pablo pensó que su amigo no podría soportar el bochorno de regresar a la escuela después de semejante estupidez y había decidido un viaje relámpago a la selva amazónica para ser devorado por los caníbales. Pero no. Llegó puntualmente, con su uniforme impecable y ningún rastro visible de su mechón anaranjado.
Obviamente, el tema obligado de eso jornada fue el papelonazo de Francisco durante el baile, pero él soportó con estoicismo las burlas y las bromas, y no dibujó ni un solo corazón en el libro de Biología.
-¿Estás bien?- le preguntó Pablo, preocupado por esa actitud de indiferencia absoluta.
-Perfectamente- le contestó.
Cuando terminó la cuarta hora, salieron al recreo y, justo en la mitad del pasillo sur, se toparon con Marina y sus amigas. La multitud que transitaba por allí se detuvo a contemplar la escena, digna de un teleteatro. Los dos se miraron fijamente durante diecisiete segundos y medio, hasta que Francisco, el mejor alumno, el candidato a abanderado, el medido, el que siempre tenía la carpeta prolija y ordenada, rompió el silencio:
-Quiero pedirte disculpas por lo del sábado. Me porté como un tonto y te puse en ridículo frente a todos. Solamente quería llamar tu atención, porque estoy enamorado de vos.
Valiente, Francisco. Como si se encontraran en un partido de tenis, las miradas se dirigieron a Marina.
-Solo tenías que ser como sos- murmuró ella dándole un beso en la mejilla y arrancando los aplausos de todos: de los que estaban apretujados en el pasillo, de los que se colgaban de la baranda de la escalera y de los que de cualquier forma querían presenciar el desenlace de esta historia de amor alocado.
Y Francisco y Marina fueron felices. La verdad es que no sé si comieron perdices, pero siguieron dibujando corazones en las páginas de los libros de Biología, de Historia, de Matemática, de Lengua y en las de todos los libros, porque les aseguro que hay que dibujar muchos corazones para llenar las toneladas, los hectolitros, los kilómetros de amor que tiene esta historia.
Liliana Cinetto; en “Cuentos de amor, locura y suerte”.2009. Editorial Edelvives.
Para reflexionar (les proponemos que conversen en casa y compartan las opiniones con algún miembro de la familia, si es posible)
  1. Cuando una persona se enamora, ¿cambia su forma de ser? ¿por qué? ¿es bueno para la persona enamorada?
  2. Si queremos caerle bien a alguien ¿debemos adecuarnos a lo que a la otra persona le gusta? ¿por qué?
  3. ¿Qué opinión tienen de que a un compañero se lo llame “el gordo Antúnez”?
  4. Si hubieras estado en el lugar de Francisco, ¿actuarías como él? ¿se te ocurre alguna otra manera de comunicarse con Marina que no esté en el cuento?
  5. ¿Pablo fue un buen amigo? ¿Por qué?
  6. ¿Alguna vez estuviste en una situación parecida a alguno de los personajes de la historia? Si tenés ganas, compartila con algún miembro de tu familia; sino consultá si alguien vivió alguna situación de “enamoramiento” parecida.
  7. Realizá un dibujo de la situación que recordaste o te contaron (al volver a la escuela vamos a compartir nuestras creaciones, los profes también haremos las nuestras jeje)

3 comentarios:

Nicolás dijo...

Hola! una pregunta ¿Se puede descargar y se tiene que descargar?

Luciana dijo...

Hola Nico!

Podés copiarla y pegarla en un Word pero no pedimos que descarguen la historia, se puede leer directamente de la pantalla sin descargar.

Saludos!

Luciana y Guillermo.

Unknown dijo...

HOLA PROFES YO LO ESTOY HACIENDO EN UNA HOJA DE CARPETA ¿ESTA BIEN? O LO TENGO QUE HACER EN UN WORD Y PASARSELO A USTEDES?.
SOY BIANCA.