Hola chicos y chicas!
Les
enviamos una propuesta para seguir trabajando en el área de
Educación Sexual Integral. En la escuela ya comenzamos con la
lectura de esta historia… les proponemos que vuelvan a comenzar y
que finalicen su lectura. Lo pueden hacer en un día o dividirlo en
partes y leer de a poco.
Además, la
lectura puede ser en familia, individual, que alguien les lea una
parte, leerles ustedes al resto… elijan la modalidad que más les
guste y disfruten del momento de la historia.
Abajo van a
encontrar algunas preguntas para reflexionar.
Esperamos
encontrarnos pronto en la escuela… los y las extrañamos!!
Luciana y Guillermo.
KILÓMETROS
DE AMOR
En el
preciso instante en que Francisco vio por primera vez a Marina
Montero, los ojos se le salieron de las órbitas, el corazón le
empezó a latir a la velocidad de la luz y la mandíbula inferior se
le separó unos diez centímetros de la superior. Pablo, su amigo,
fue testigo y diagnosticó que Francisco había sufrido un ataque
súbito de enamoramiento incondicional y fulminante agravado por un
cuadro de babeo intermitente. Si Pablo, que estaba con él, no lo
hubiera zamarreado, Francisco no habría reaccionado nunca ni habría
podido volver a juntar la mandíbula inferior con la superior, lo
cual hubiera sido bastante incómodo. Y eso que Marina pasó delante
de él sin dirigirle ni siquiera una mirada, aunque más no fuera de
reojo. Pero eso no le importó a Francisco, que, después de varios
suspiros recobró el habla y pudo balbucear solamente dos palabras:
-Estoy enamorado.
Fue
suficiente para que Pablo confirmara su diagnóstico. Lo increíble
era que “eso” le hubiera ocurrido justamente a Francisco, que era
el más medido de todos sus amigos. Nunca gritaba los goles cuando
iban a la cancha. Jamás decía una mala palabra. No se desesperaba
cuando algún profesor llegaba de improviso con esa expresión
maléfica e inconfundible y decía la temida frase: “Saquen una
hoja”. Era el único que tenía las carpetas prolijas, con las
hojas ordenadas y numeradas, y siempre estaba vestido impecablemente,
como si acabara de salir de la tintorería. Nadie podía imaginar que
ese ser perfecto e inconmovible pudiera perder la razón y
convertirse en un fantasma que deambulaba por los corredores de la
escuela buscando a Marina sólo para verla pasar. Porque Marina sólo
pasaba delante de él y lo ignoraba completamente.
A todos les
llamó un poco la atención el cambio brusco en la personalidad de
Francisco, que empezó a ofrecerse para ir a buscar tizas,
borradores, mapas de Asia con división política, globos terráqueos,
vasos de agua, aspirinas, trapos de piso, láminas del aparato
digestivo de las tortugas, pelotas de fútbol, colchonetas,
instrumentos musicales, reglas, transportadores, compases y cualquier
otra cosa que necesitaran los profesores y que le diera la
posibilidad de salir de clase para acercarse como una sombra hasta el
aula de Marina y espiarla por la cerradura. Lo único que consiguió
con ese peregrinaje fue averiguar el nombre y apellido de su amada,
después de sobornar a uno de los compañeros, el gordo Antúnez, con
tres sándwiches de milanesa.
Quizás fue a
causa de ese vagabundeo incesante que Francisco, indiscutido mejor
alumno de tercer año y candidato firme a abanderado, se olvidó de
la conjugación de los verbos irregulares y de la clasificación de
los vertebrados, empezó a confundir las campañas de Napoleón con
las de Julio César, cambió de lugar los ríos de Europa y se enredó
entre los cálculos, pues no podía recordar ni siquiera la tabla del
dos. El día en que le preguntó a Pablo por la hipotenusa de los
círculos, su amigo comprendió la gravedad de su estado.
-No es posible
que sigas así- le dijo Pablo, poniéndole una mano en el hombro.
-Estoy enamorado-
le respondió Francisco con una voz deshilachada, capaz de conmover a
un tiranosaurio rex-. Necesito tu ayuda.
Era
indudable que necesitaba ayuda. No hacía falta que lo dijera.
Bastaba mirarlo para darse cuenta: despeinado, ojeroso, demacrado,
con la corbata torcida, la camisa arrugada y un zapato de cada color.
Fue
entonces cuando Pablo comenzó a elaborar un plan de acción para que
su pobre amigo pasara de la categoría de piltrafa a la de
pretendiente respetable. Basándose en sus profundos conocimientos
sobre el tema y en su experiencia de cuatro novias y dos romances
frustrados, Pablo le recomendó, en primer lugar, que dejara de errar
como un alma en pena por toda la escuela acarreando material
didáctico y, en segundo lugar, que renunciara definitivamente a
espiar a Marina por la cerradura.
-Tenemos que
conseguir que Marina te mire- le dijo Pablo con la misma seriedad con
la que Einstein debe haber explicado su teoría de la relatividad.
-Sí- aceptó
Francisco entusiasmado-. Pero ¿cómo?
-En el próximo
recreo- prosiguió Pablo, mientras dibujaba un plano para hacer más
gráfica la explicación-, vamos a ir directamente hacia ella.
Tenemos que interceptarla en el pasillo sur, a la altura de la
escalera. Allí hay poco espacio y confluyen los alumnos del primer
piso con los de la planta baja. Manteniendo el curso, es inevitable
que quedes frente a ella y que tengas oportunidad de decirle algo.
El plan
era simple: cruzarse con Marina para que Francisco le hablara. Pero
Francisco quedó impresionado por la estrategia y por el vocabulario
específico, y sentía que el plan de Pablo estaba a la altura de la
campaña de San Martín para cruzar la Cordillera de los Andes y
libertar a Chile y a Perú.
Francisco
pasó toda la hora contando los segundos que faltaban para que sonara
el timbre. El recreo llegó por fin y Francisco empujó a Pablo hasta
el pasillo sur, donde esperaron hasta que, en el otro extremo, se
asomó Marina que venía charlando con dos compañeras.
-Ahora- le indicó
Pablo a Francisco calculando el momento exacto para que el encuentro
se produjera en la parte de mayor tránsito del pasillo, de manera
que el tumulto le diera la posibilidad de estar frente a ella el
tiempo suficiente como para que ocurriera el milagro.
Avanzaban
con cierta dificultad, porque, tal como lo había pronosticado Pablo,
había muchos alumnos empeñados en desplazarse en ambas direcciones.
Cada vez estaban más cerca. Casi se podían oír los latidos del
corazón de Francisco cuando ya sólo los separaban del objetivo
tres, dos, un alumno… Blanco perfecto. Francisco y Marina estaban
frente a frente, aunque ella, que seguía conversando con sus
compañeras, no le dirigió ni una mirada de lástima. Durante unos
segundos, que a Pablo le parecieron interminables, estuvieron ahí
apretujados, sin que Francisco hiciera el menor movimiento para
llamar la atención de Marina.
Cuando Pablo
vio que la mandíbula inferior de Francisco comenzaba a
desprendérsele peligrosamente de la superior, decidió intervenir y
lo empujó contra ella. El golpe trajo a Francisco de nuevo a la
realidad y logró el efecto deseado. Marina lo miró. No fue una
mirada inolvidable ni llena de pasión. Pero una mirada es una mirada
y antes de que murieran aplastados, Pablo le dio un codazo a
Francisco para que le dijera algo.
-Perdón. Ho..
ho… la… Soy Fran… Fran… cis… co.
El discurso
de Francisco no fue como los de Demóstenes, ese griego tartamudo que
se ponía piedras en la boca para superar su defecto y que llegó a
ser el mejor orador de Atenas. Pero fue suficiente para que Marina le
respondiera: “No es nada, Francisco” y continuara su camino dando
por concluido el encuentro y la conversación.
Francisco
estaba pálido y temblaba como una hoja. Pablo tuvo que arrastrarlo
hasta el baño y mojarle la cara con agua fría para deshacer el
hechizo.
-Me miró-
balbuceaba el pobre-. Y me habló. Pronunció mi nombre.
Y fue lo
último que dijo, porque entró en un estado de letargo por el resto
de la mañana.
A las once
de la noche, Pablo estaba profundamente dormido soñando que lo
convocaban para jugar en la selección de fútbol cuando sonó el
teléfono. Fue a atender como un sonámbulo.
-Pablo- dijo
Francisco-, ¿mañana vamos a hacer lo mismo?
Pablo no
podía terminar de despabilarse y, mientras bostezaba una y otra vez,
trataba de que su cerebro se despertara para entender lo que
Francisco decía.
-¿Qué cosa?
-Interceptar a
Marina en el corredor para que pueda mirarme- le explicaba Francisco
con un entusiasmo admirable, considerando la hora en que se
desarrollaba esa conversación telefónica-. Como ya sabe mi nombre,
porque dijo mi nombre, ahora puedo decirle algo más. Por ejemplo:
“¿Cómo te va?” o a lo mejor “¿Qué tal?” o quizás…
Pablo
decidió interrumpir el delirio verborrágico de Francisco antes de
que amaneciera y, para serenarlo y poder regresar a la cama y a sus
sueños de fútbol, le dijo con el tono de un experto en la materia:
-No, no vamos a
hacer lo mismo. Con las mujeres hay que ser creativo, porque sino, se
aburren enseguida. Lo más importante es el factor sorpresa y,
fundamentalmente, la exageración. Eso. La exageración. Tenés que
demostrarle que tu amor es lo más grande del mundo, que son
toneladas, hectolitros, kilómetros de amor. ¿Entendiste?
Entendió.
Fue Pablo el que nunca terminó de entender cómo unas palabras
dichas a las once de la noche habían podido desatar una reacción en
cadena peor de la que hace explotar a una bomba atómica. Porque algo
parecido a eso fue lo que le pasó a Francisco, a quien encontró a
la mañana siguiente entre una multitud de alumnos que se agolpaban
en la puerta de la escuela, observando un pasacalle GIGANTE. Sí,
gigante. Porque no era un pasacalles humilde de esos que van de una
vereda a la otra. Este se extendía de esquina a esquina y en él se
podía leer un “MARINA, TE AMO” enorme, grandioso, descomunal,
ciclópeo.
-¿Qué te
parece?- le preguntó Francisco sonriendo.
-¿De dónde
sacaste eso?- le preguntó Pablo señalando el Coloso de Rodas de los
pasacalles.
-Lo hice yo- le
respondió Francisco orgulloso-. No dormí en toda la noche
preparándolo. Cosí como veinte sábanas y gasté doce litros de
pintura. No digas que no tomé al pie de la letra tus indicaciones.
Si con esto Marina no se da cuenta de que mi amor por ella es lo más
grande del mundo…
Desdichadamente para Francisco y para Pablo, Marina no se dio cuenta.
Porque el lamentable estado de perturbación emocional en el que se
encontraba Francisco no le permitió evaluar las fallas de su
mensaje. En primer lugar, no estaba firmado. En segundo lugar, en el
colegio había varias Marinas. De manera que ese día, Marina
Martínez de 1°B, Marina Aráoz de 1°C, Marina Villar de 2°A,
Marina López de 3°B, Marina Sánchez de 4°C, Marina Bermúdez de
5°A y hasta la profesora de Música, Marina Sosa, se disputaron a
capa y espada la existencia de un enamorado capaz de tamaña
demostración de amor. Pero Marina Montero, de 2°B, no se dio por
aludida. Ni siquiera salió a los recreos. De manera que el pobre
Francisco, quien, a pesar de las recomendaciones, los ruegos, las
súplicas y las amenazas de Pablo, la esperó en el pasillo sur y
sobrevivió misteriosamente a las avalanchas de alumnos, no pudo
verla ni una sola vez.
Esto le
produjo una seria depresión, de la que salía en forma intermitente
para dibujar corazones en la página 67 del libro de Biología.
-¿Qué voy a
hacer ahora?- sollozaba cuando se le terminaron los espacios libres
de la página 67 y tuvo que dibujar corazones en la página 68.
Estaba tan
angustiado que Pablo temió que recayera en el acarreo de material
didáctico o en el espionaje de cerraduras, por lo que optó por la
única solución que se le ocurrió para que su amigo no perdiera la
poca dignidad que le quedaba: lo ilusionó.
-Seguramente
quedó apabullada por la magnitud de tu amor- dijo Pablo sin medir
las consecuencias de sus palabras.
Francisco
revivió.
-¿Te parece?-
preguntó con los ojos inundados de esperanza-. Entonces, ¿no está
todo perdido?
Pablo
suspiró. No iba a ser fácil su vida de ahí en adelante.
-No- respondió.
No está todo perdido. Pero te lo advierto. De aquí en más, nada de
locuras. Hay que actuar cerebralmente. ¿Está claro?
Francisco lo
abrazó y prometió obedecerlo en todo.
Durante
varios días, el amor de Francisco pareció apaciguarse y no se
presentó ninguna manifestación evidente de su sentimiento, aunque
ya había llegado a la página 98 del libro de Biología, dibujando
corazones entre las ilustraciones de la germinación del poroto, la
vejiga natatoria de los peces, las cadenas alimentarias y los
ecosistemas en peligro. Por un momento, Pablo creyó ingenuamente que
esta leve mejoría era un signo inequívoco de que se le estaban
regenerando las neuronas incineradas por el exceso de pasión. Pero
no fue así. Y lo comprobó cuando Francisco llegó una mañana
eufórico con un papel en la mano.
-Es mi
oportunidad- gritaba. El baile. Va a ir al baile. Ella y yo. Es
perfecto.
A Pablo le
costó mucho hilvanar las oraciones de Francisco, pero al leer el
papel todo se aclaró. Los alumnos de quinto año organizaban un
baile para recaudar fondos para el viaje de egresados, y Francisco,
gracias a un soborno de una docena de medialunas, había obtenido del
gordo Antúnez la información: Marina iba a asistir con sus amigas.
-Tengo que
aprender a bailar- decía Francisco acariciando las dos entradas que,
por supuesto, ya había comprado para Pablo y para él.
No fue fácil
enseñarle a bailar, porque Francisco tenía la gracia de un palo de
escoba, y por más que ensayaban horas y horas, sus movimientos se
parecían más a los de una danza zulú que a los de un baile
moderno. Pero tampoco era cuestión de pretender convertirlo en Julio
Bocca, así que el sábado del baile, a la tarde, Pablo le dijo
resignado que lo hacía muy bien y le dio las últimas
recomendaciones.
-No te vistas
demasiado formal. Nada de traje y corbata. Es muy antiguo. Algo más
llamativo, más moderno. ¿Entendiste?
-Sí- respondió
él con un brillo indefinido en la mirada-. Te dije que te iba a
obedecer en todo.
A las diez
de la noche, Pablo lo aguardaba impaciente en la puerta del salón en
el que se realizaba el baile. Todos los alumnos de la escuela habían
asistido, pero de Francisco, ni noticias. A las diez y veinte, Pablo
decidió entrar pensando que quizá había llegado antes y su
ansiedad le había impedido esperarlo. No estaba. Pablo lo buscó por
todos lados y vio a Marina con sus amigas conversando en un rincón.
A las once
menos diez, pensó que su amigo se había arrepentido. En ese
momento, un murmullo general recorrió el salón y todas las miradas
se dirigieron a la puerta.
Allí estaba
Francisco, o lo que alguna vez había sido Francisco, con un jean
andrajoso, botas de cuero con tachuelas, una musculosa de colores
flúo, una campera de cuero, anteojos negros y los pelos todos
parados con toneladas de gel, en los que se destacaba un mechón
anaranjado que caía sobre su frente. Un mamarracho, bah.
Cuando vio a
Pablo, se le acercó caminando como un vaquero del Lejano Oeste al
que le habían robado el caballo. Pablo deseó con todo su corazón
que la tierra se abriera a sus pies y se lo tragara, pero no tuvo
suerte. Francisco lo saludó con un aire triunfal:
-¿Qué tal
estoy?
-Te dije que te
pusieras algo llamativo y moderno, pero esto es…
Francisco no
lo escuchaba, porque en ese momento vio a Marina y fue hacia ella
como un kamikaze.
-¿Bailamos?- le
preguntó.
Marina lo
miraba como si fuera un personaje escapado de una película de
terror. Todos los que estaban en el salón observaban la escena. La
música había cesado y reinaba un silencio capaz de destruirle los
nervios a Terminator.
-¿Bailamos?-
repitió Francisco, ajeno a lo que pasaba a su alrededor.
-¡¡¡NOOOOOOO!!!-
gritó Marina con los ojos llenos de lágrimas y corriendo a
esconderse al baño seguida por sus amigas.
Francisco
se fue desintegrando de a poco. Primero se le cayó la sonrisa,
después, los brazos y, por último, el mechón anaranjado. Entonces
dio media vuelta y reptó hasta la salida, como un gusano aplastado
por un camión.
-Francisco- lo
llamó Pablo antes de que se perdiera en las sombras de la noche más
oscura de su vida. Pero no respondió.
El lunes
siguiente Pablo llegó temprano al colegio. Había intentado
comunicarse con Francisco todo el domingo, pero nadie había atendido
el teléfono. Pablo pensó que su amigo no podría soportar el
bochorno de regresar a la escuela después de semejante estupidez y
había decidido un viaje relámpago a la selva amazónica para ser
devorado por los caníbales. Pero no. Llegó puntualmente, con su
uniforme impecable y ningún rastro visible de su mechón anaranjado.
Obviamente,
el tema obligado de eso jornada fue el papelonazo de Francisco
durante el baile, pero él soportó con estoicismo las burlas y las
bromas, y no dibujó ni un solo corazón en el libro de Biología.
-¿Estás bien?-
le preguntó Pablo, preocupado por esa actitud de indiferencia
absoluta.
-Perfectamente-
le contestó.
Cuando
terminó la cuarta hora, salieron al recreo y, justo en la mitad del
pasillo sur, se toparon con Marina y sus amigas. La multitud que
transitaba por allí se detuvo a contemplar la escena, digna de un
teleteatro. Los dos se miraron fijamente durante diecisiete segundos
y medio, hasta que Francisco, el mejor alumno, el candidato a
abanderado, el medido, el que siempre tenía la carpeta prolija y
ordenada, rompió el silencio:
-Quiero pedirte
disculpas por lo del sábado. Me porté como un tonto y te puse en
ridículo frente a todos. Solamente quería llamar tu atención,
porque estoy enamorado de vos.
Valiente,
Francisco. Como si se encontraran en un partido de tenis, las miradas
se dirigieron a Marina.
-Solo tenías que
ser como sos- murmuró ella dándole un beso en la mejilla y
arrancando los aplausos de todos: de los que estaban apretujados en
el pasillo, de los que se colgaban de la baranda de la escalera y de
los que de cualquier forma querían presenciar el desenlace de esta
historia de amor alocado.
Y
Francisco y Marina fueron felices. La verdad es que no sé si
comieron perdices, pero siguieron dibujando corazones en las páginas
de los libros de Biología, de Historia, de Matemática, de Lengua y
en las de todos los libros, porque les aseguro que hay que dibujar
muchos corazones para llenar las toneladas, los hectolitros, los
kilómetros de amor que tiene esta historia.
Liliana
Cinetto; en “Cuentos de amor, locura y suerte”.2009. Editorial
Edelvives.
Para
reflexionar (les proponemos que conversen en casa y
compartan las opiniones con algún miembro de la familia, si es
posible)
- Cuando una persona se enamora, ¿cambia su forma de ser? ¿por qué? ¿es bueno para la persona enamorada?
- Si queremos caerle bien a alguien ¿debemos adecuarnos a lo que a la otra persona le gusta? ¿por qué?
- ¿Qué opinión tienen de que a un compañero se lo llame “el gordo Antúnez”?
- Si hubieras estado en el lugar de Francisco, ¿actuarías como él? ¿se te ocurre alguna otra manera de comunicarse con Marina que no esté en el cuento?
- ¿Pablo fue un buen amigo? ¿Por qué?
- Realizá un dibujo de la situación que recordaste o te contaron (al volver a la escuela vamos a compartir nuestras creaciones, los profes también haremos las nuestras jeje)
3 comentarios:
Hola! una pregunta ¿Se puede descargar y se tiene que descargar?
Hola Nico!
Podés copiarla y pegarla en un Word pero no pedimos que descarguen la historia, se puede leer directamente de la pantalla sin descargar.
Saludos!
Luciana y Guillermo.
HOLA PROFES YO LO ESTOY HACIENDO EN UNA HOJA DE CARPETA ¿ESTA BIEN? O LO TENGO QUE HACER EN UN WORD Y PASARSELO A USTEDES?.
SOY BIANCA.
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